miércoles, 28 de septiembre de 2016

Traición










 Calla o te daré una zurra, desvergonzada. ¡Cuánta impudicia y parafernalia… con qué descaro mientes, calla, te digo, CALLA! No quiero oir una sola mentira más, una sola súplica de esa boca descarada y manchada de pecado. Mis propios ojos me bastan para ver lo que tus palabras intentan ocultar, no necesito mayor prueba. Su desnudez conjunta es para mi, evidencia suficiente.
Ahora ven aquí, y recuéstate boca abajo sobre mi falda… ¡que vengas te digo! Arrastrándote, como la serpiente despreciable que eres. Y deja de temblar, que no te pasará nada.  Y tú te quedas ahí, quieto… pon tus manos sobre la cabeza y que pueda ver tu “colgajo”… ¡no lo tapes!
Así que decías que añorabas los tiempos en los que los hombres se abrigaban entre tus piernas… ahora verás cómo puedo ser yo igual que un hombre… ¡que te calles, te dije! Sigue abriendo la boca una y mil veces, y merecerás aún más que te golpee en ese culo gordo y que mi mano te quede marcada en rojo, ardiendo sobre el cachete. Y guay con seguir protestando, has caído tan bajo que no mereces proferir sonido alguno en mi benevolente presencia.
¡Y tú te quedas ahí! No creas que no estoy viendo que te estás moviendo e intentando huir. Si tuviste la voluntad suficiente como para penetrar a mi mujer y el agrado de profanar el terreno sagrado que era guardado sólo para mi tacto, tendrás que soportar las consecuencias. Abre los ojos y mira bien lo que haré. Si no quisieron incluirme en el juego, ahora se verán forzados a hacerlo. Espero que tu virilidad se vea complacida con la escena que observarás a continuación.
Desliza las manos por debajo de tus muslos… y abre tus nalgas. Más. Más. Más. Déjame ver por detrás ese agujero pecaminoso… deja de llorar, niña, ya es demasiado tarde para llorar, lo hubieras hecho antes de entregarte sin pensar al placer carnal con un hombre. ¡Un hombre! Quién lo hubiera creído… pensar que habíamos pactado nunca jamás volver a esas prácticas sucias. Pensar que en una época te creí pura, pensar que creí que tu cuerpo me pertenecía a mi, sólo a mi y a toda mi feminidad. Que el sexo entre nosotras era lo único que te bastaba para extasiarte. Abre más te digo. No llores.
¿Qué nos pasó, Laura?  Hace no tanto tiempo atrás veía tu cara de goce cuando tus labios rozaban los míos, húmedos y calientes, y te perdías como una lunática en el laberinto del disfrute de los sentidos… como una loba aullabas en el momento del clímax. Quedabas tendida en la cama durante una hora entera, casi inmóvil, intentando recuperar tus fuerzas después de la agitada batalla que entre las dos se daba. Aturdida… así quedabas, aturdida por el placer máximo. Y de un tiempo a esta parte, cada vez que intentaba acercarme a ti y seducirte suavemente con todo mi encanto y candor, me rechazabas, decías que te daba asco, que querías sentir de nuevo el fulgor de un miembro viril, henchido y caliente, en el valle de tu pelvis. Eso gritabas, ME gritabas. “¡QUIERO SENTIR DE NUEVO EL FULGOR DE UN MIEMBRO VIRIL, HENCHIDO Y CALIENTE, EN EL VALLE DE MI PELVIS!”. Nunca voy a olvidar esas palabras, Laura, nunca voy a olvidar el momento en el que me las dijiste. Esas palabras dolieron en mi corazón como el azote de un látigo de siete puntas. Nunca voy a olvidar tu cara enrojecida por la rabia, y tus ojos verdes saltones  saliéndose de sus órbitas, aún más de lo habitual. Estabas como poseída, arrancando las cortinas que tanto me habían costado confeccionar para decorar nuestro nido de amor… debí suponer que era algo más que una rabieta, debí suponer que era el preámbulo para esta traición. Jamás te creí capaz, creí que lo solucionaríamos de algún u otro modo… confié en ti, en tu criterio, en tu fidelidad y en tu amor por mi… y ahora te encuentro así, en nuestro propio lecho, como hecho a propósito… ¡cuánta crueldad, Laura! Ya no puedo verte como antes, ahora para mi estás manchada, corrompida… ¡Y POR UN HOMBRE! Si me hubieras traicionado con una mujer, mi dolor no sería tal. Pero en vistas de la situación que acabo de contemplar con horror, me siento doblemente traicionada.
Y ahora vas a tener que remediarlo… pon tu cabeza entre mis piernas, si, ya sabes lo que tienes que hacer… la única manera de solucionar esto, es mediante la acción, compláceme, anda, vamos.

Y tú… no te quedes ahí. Otrora hubiera preferido que una alimaña devorara mis entrañas antes que dejarme ser rozada siquiera por un hombre,  pero ante esta circunstancia me veo obligada a pedirte que te acerques. Anda, vamos, tócame y deléitanos a ambas… no te preocupes por entender racionalmente, ya encontrarás tu lugar en esto...

No hay comentarios:

Publicar un comentario